EL ESPEJO DE LOS OTROS

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Desde el poster de la calle observábamos que este film tenía un elenco que parecía despilfarrar talento y experiencia y que nos generaba la pregunta de “¿cómo van hacer para meter todo esto en una película?”. La respuesta sería… “como se hace últimamente”. Cuatro historias, aisladas entre sí, solo “contenidas”, y hasta ahí, por la historia que las reúne, la del personaje de Graciela Borges y “Pepe” Cibrián que son los hermanos dueños del restaurante donde se desarrolla todo el film. Este restaurante es uno de una sola mesa. De absoluta exclusividad donde cada noche es diferente, cada noche se da una nueva “última cena”.

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En el ámbito de una iglesia destruida de estilo gótico suceden las 4 historias de mesa más la quinta que es la de los dueños del establecimiento, cada una acompañada por una estética y por una música, que aparenta interpretar una banda en escena conducida por Gipsy Bonafina, una de las mejores cosas de la obra.

 Cada relato abarca diferentes matices de la humanidad y de las relaciones con los pares, pasando por la familia, el amor de pareja, de hermanos, la nostalgia, el dolor y la felicidad en lo abrupto. Intenta recorrer a través de variadas temáticas, muy ancladas en el amor por una pareja del pasado, y a través de aquellas mostrar las diferentes miserias, valores y vicisitudes de la persona.

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La prolija fotografía dirigida por Horacio Maira diseña una imagen absolutamente bella y dedicada, cuidada y glamorosa, quizás demasiado, que se acerca peligrosamente a lo publicitario. Sin embargo, la capacidad de “pintar” la imagen con semejante precisión es admirable. Este elemento conjunto a la banda sonora que acompaña en campo a cada cena son dos de las cosas que realmente hay que recalcar en la película.

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El problema es que después de aquellos dos elementos nos encontramos frente a una especie vacío dramático que intenta llenarse con la “oda” a los intérpretes, llegando a generar un homenaje en pantalla a cada estrella del cine y el teatro más que a una película donde las interpretaciones sean funcionales al raconto y al desarrollo dramático del film. No parece haber una interpretación de los personajes sino más bien una repetición del personaje estereotipado que cada actor ya logró vendernos. No queremos seguir viendo a como Norma Aleandro hace de Norma Aleandro, de cómo el “gordo” Casero hace de sí mismo y Fabio Posca de un hermano mezquino y de por más merquero que ya tan acostumbrados nos tiene.

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No es una película que busque una historia bien construida y un desarrollo dramático sustentable, sino que recae en una seguidilla de actos que solo agrandan las figuras que se muestran. Inclusive en varios momentos parecemos estar frente a ejercicios de actuación donde vemos el conjunto de algo que solo deberíamos ver fragmentado. Una película que debería haberse quedado en el teatro, ya que su puesta es cancinamente teatral, donde no aporta nada haberla recortado en imágenes cuando uno no va a utilizar las herramientas del lenguaje cinematográfico para enriquecerla.

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Muchísima gente salió fascinada de la sala, llorando, riendo. Quizás fue solo sensación mía, pero bien podría haber sido un producto más de Marcos Carnevale para la televisión y no una apuesta a la pantalla grande.

JULIÁN NASSIF