Hace poco hablaba de “El muerto y el ser feliz” y de como traía un poco de toda aquella Nouvelle Vague. Comentaba sobre diferentes autores de aquel movimiento y me detenía, entre otros, en la obra de Jean-Luc Godard. Y si, unas semanas después aparece en cartelera, y por suerte en las cadenas comerciales, una nueva obra de este longevo realizador, a los 84 años estrena “Adieu Au Langage”.
Supuestamente está filmada en 3d pero la versión que pude ver en una de las cadenas más importantes del país, y del mundo, emitió una versión que es en 2d. Inclusive hasta parece que lo de las tres dimensiones es casi un chiste, un chascarrillo, porque en los momentos que uno podría pensar que están hechos en 3d o PARA ese formato, son momentos poco relevantes o hasta casi irónicos. La búsqueda de este formato parecería no ser una cuestión meramente “espacial”, donde la imagen intenta de abarcarnos y adentrarnos en lo que sucede, sino que le aporta una cualidad estética, un elemento más para contar.
Aquí tenemos una obra fiel de Godard. Las completas rupturas narrativas de todo tipo (Sonoras, visuales, de iluminación, de continuidad) y la antítesis del naturalismo están a la orden del día, fieles al estilo Nouvelle Vague. Hasta lo que parecerían errores técnicos en cualquier otro caso, pasarían como elecciones adrede. Pasajes repentinos del stereo a mono, de calidades sonoras, de color a blanco y negro y de “histrionismos” visuales abruptos, figuran permanentemente en la obra.
La historia no se si la podría contar. En algunos de estos tipos de películas es difícil poder brindar una sinopsis o un argumento claro ya que dependen mucho de como los reciba cada uno. Su carácter de poesía audiovisual, que figura en casi toda la obra de Jean-Luc, funciona de la misma manera que la poesía literaria. Recae en el observador, interprete, o cual fuere, el sentido y la interpretación que se le da. Lo que si se puede asegurar es que hay una pareja, que no se sabe si es pareja o dispar, que no se entiende si son una pareja “legal” o si alguno de los dos rompe con algún compromiso marital. Sus continuas discusiones giran alrededor de la pérdida del lenguaje, o al menos, la transformación del mismo.
Godard apoya también la temática del, se podría decir “ensayo”, en imágenes de archivo y acontecimientos históricos. Todo esto lo combina a la vez con el seguimiento entre dos mundos de un perro. El exterior y el interior, el adentro y el afuera, las cuatro paredes y la naturaleza. Aquellos dos mundos que se retratan a través del can funcionan como metáfora de lo que aparentemente sucedería con la pareja, del lenguaje en si y de una transmisión completamente sensorial de lo que genera cada espacio en el animal, transmutando aquello a todo lo que observamos dentro y fuera del film.
El festín visual de un montaje violento, veloz y sin reglas es lo que, una vez más, vuelve a destacarse en Jean-Luc y vuelve aportar todo aquel mundo poético. Donde cada imagen parecería un verso, donde la conjunción de la acción dentro del plano, como está retratada esa acción y el sonido de la misma, golpean como una topadora sensorial. Es un sin fin de sensaciones y emociones de 70 minutos de duración. Cada escena suda sensaciones. La diferencia de formatos, el digital en este caso con el fílmico de aquel bello y nostálgico pasado de “Sin Aliento”, amainan la expresividad de alguna manera. La belleza del celuloide suma y brinda una poesía más potente, estética y fluida, cosa con la que también tuvo que luchar aún más en su pasado para poder generar las rupturas necesarias de su relato. En la actualidad y en este caso, el digital, de diferentes definiciones, genera un alejamiento de por sí, y esos pixeles, serruchos y vibraciones en la imagen parecieran ser un mundo más ameno y receptivo a este tipo de obras.
La transformación del lenguaje, sea mostrada con gente vestida de época, con la forma de la escritura, en lienzo, con una auténtica pluma, o con discusiones complejas y testimonios individuales, es lo que recorre el camino de esta historia que, en muchos momentos, nos preguntamos si en realidad no estamos viviendo el sueño de un perro, el de aquel que observamos durante todo el film, que sin lenguaje aparente con el ser humano logra comunicarse y darle todo de el, ya que, como supuestamente dijo Darwin, el perro es el único animal que quiere más a su dueño que a sí mismo.
JULIÁN NASSIF