Algo extraño suele sucederme cuando reflexiono sobre el género de ciencia ficción. Por momentos, con Villenueve o Nolan, estallo en alegría, fascinación y admiración al ver tremendas obras de parte de aquellos dos y algún que otro realizador. En otros momentos, salgo del cine con la sensación de que el género murió o está agonizando, inclusive cuando el realizador hizo algo muy interesante hace poco tiempo como lo fue Ridley Scott con “The Martian”.
Seguramente suceda, también, que cierto cariño con algunas sagas me haga ver algunos films de maneras muy poco objetivas, si es que en alguna instancia uno puede apelar a la objetividad frente al arte.
Como con muy pocas películas este año, tenía grandes esperanzas o expectativas con el estreno de una nueva entrega de una de esas sagas que tanto admiro. Frente aquello, sabía que el resultado podía ser desalentador y que el tiro podía salir por la culata… y así lo fue. “Alien Covenant” se convierte en un film absolutamente innecesario que pareciera responder más a la necesidad del adicto, que para saciar su adicción puede consumir hasta lo más precario en momentos de urgencia, que a la vocación artística por entregar una continuidad valerosa que pueda cumplir con ciertas expectativas.
No puedo imaginar lo que sintieron las personas que tuvieron la suerte de poder volver a ver “Alien: El Octavo Pasajero” la noche del miércoles en pantalla gigante al encontrarse con la sexta entrega de la saga. Decepcionante como milanesa de cartón, Ridley Scott realiza una película entera que nadie va a disfrutar mirar. Pareciera que lo único original y con la huella de quien supo hacer gran cine del género es la primer escena del film, que uno automáticamente asocia con “Blade Runner”, dado su tratamiento y característica estética. En aquellos primeros minutos, las mariposas llenan la barriga del espectador imaginando que consumirá algo realmente revelador.
Engañosa cual cocaína cortada con jabón en polvo, toda decae desde aquel final de escena. La película conglomera todas las escenas de acción posible en un argumento que pareciera carecer de contenido para ser solo una explicación ligera entre “Prometeo” y “Alien”. Una seguidilla de secuencias de acción que solo inmutan en una batalla entre una grúa y uno de estos temerarios bichos.
Molesto debe estar en su descanso eterno H.R. Giger al observar para que ha vuelto a ser utilizada una de sus obras icónicas. Rebalsada de animaciones de dudosa calidad, esta obra ejemplifica, junto a tantas otras, la falencia de algunos autores al querer resolver todo en post producción y no dedicarse a utilizar y desarrollar aquellos efectivos y bellos, muñecos, robots y maquetas.
Si “Alien, el octavo pasajero” era una obra maestra del cine de suspenso dada la utilización de la puesta de cámara que generaba una tensión sin mostrar prácticamente nada, aquí sucede lo inverso, develando hasta el hartazgo a una variedad de ejemplares de Aliens que decepcionan en cada una de sus apariciones.
Ni siquiera Michael Fassbender logra salvar esta película, al cual yo le aportaba varios porotos, que se convirtió en una mezcla absurda de Star Wars, Terminator y vaya a saber que, volviendo a intentar convencer que una pelea entre androides, que no sean Arnold Schwarzenegger, vale la pena.
De a pasajes pareciera llegar a rozar lo que pudo lograr en alguna de sus entregas previas e ilusiona, pero rápidamente caemos en la realidad de que son dos horas y cinco minutos que no nos van aportar nada más que efectos especiales digitales berretas, un par de tiros y una pelea entre robots un tanto obvia. Los elementos que intenta dejar “abiertos” o con los que quiere generar cierto suspenso son demasiado obvios y predecibles y algunas cuestiones técnicas de iluminación no se terminan de entender quedando entremedio de algo artístico y una falencia de representación.
Lamentablemente, el film no logra estar a la altura y aburre. Con la mejor predisposición uno sentirá que ha sido estafado sin encontrar de donde prenderse ni adonde esto está queriendo ir, si es que busca ser algo más que una pelea intergaláctica.
JULIÁN NASSIF