En un mundo donde la libertad de las personas es prácticamente inexistente, convertirse en commodity parece ser la única forma de poder circular libremente por el mundo y “ser libre de verdad” (Moris dixit)
Huyendo de la opresión, Sam cruza al Líbano para poder mantener su vida pero no así su libertad. Como refugiado Sirio, nuestro protagonista, no solo añora al amor de su vida que obligada tuvo que caer en manos de un poderoso compatriota, sino que lucha por la discriminación y la segregación cuando un artista de reconocimiento internacional lo encuentra y lo somete a una nueva forma de arte a cambio de una visa europea y porcentajes de ganancia.
Interesante tratamiento sobre la libertad y los límites físicos y morales nos brinda la directora Kaouther Ben Hania en una obra que retrata aquellas temáticas con sutileza y una puesta en escena sumamente interesante que saca a relucir lo impactante del lenguaje cinematográfico, utilizando recursos que, lamentablemente, actualmente se ven únicamente explotados por su valor estético y estilístico, para llevarlos a su más compleja expresión donde aportan drama y narrativa.
Con un final un poco aniñado, aparentemente irresuelto o hecho de una forma demasiado occidental y con un nexo a las tierras del oeste que se da por quizás lo peor del film: la floja interpretación de Mónica Bellucci, The man who sold his skin aporta a un debate en boga en el ambiente del arte, como así también una realidad de cientos de millones de personas alrededor del mundo.
Julián Nassif