“Como ganar enemigos”. Así comienza el film, en una escena donde el casamiento de Max, interpretado por Javier Drolas, se lleva adelante y en el momento donde comienza a leer un discurso escrito por su hermano, Lucas, interpretado por Martín Slipak, que supuestamente incluía a su fallecida madre, padre y al flamante nuevo esposo. De allí iremos hacia el pasado, 10 días atrás exactamente, donde veremos como se llegó aquel momento célebre y entenderemos algunos comentarios y acciones.
Lucas y Max (Camilo), son dos hermanos abogados que trabajan en un estudio creado por su familia y asocios. Lucas es una pieza importante dentro del esquema pero quien maneja junto a su otro socio el buffet es Max. Los dos hermanos son muy diferentes. Lucas es trabajador, responsable, compañero, con cierta sensibilidad. Max es una especie de playboy del mundo de los negocios, o al menos eso pretende.
La línea dramática tracciona a partir de un hecho que funciona como el primer plot point de una estructura explícitamente clásica, dividida en actos, que nos remite, en algunas ocasiones, al cine tipo Allen. Aquel acontecimiento es el robo de los ahorros en dólares que Lucas acababa de retirar del banco para comprarse un departamento. No en una salidera o en un asalto, sino que es seducido por una mujer, quien le extirpa el dinero de su propio hogar. Allí la película se transformará en una especie de novela de Agatha Christie, donde Lucas, convertido en detective, irá detrás de diferentes pistas y evaluaciones para descubrir quien es el autor intelectual del delito. A través de un laberinto de suposiciones y prejuicios irá afilando el camino hasta encontrarse con la verdad, aunque quizás ésta no sea la más agradable.
Así el film dirigido por Gabriel Lichtmann bordea algunas de las costumbres judías y recorre algunos lugares de Buenos Aires y sus alrededores, mientras esclarece un policial cómico con tintes de film clásico norteamericano. En su realización no se destaca una puesta de cámara ajena a la funcionalidad, ni una búsqueda fina en concepto formal que apoye la línea dramática y la estructura narrativa. No hay una paleta de colores particular, ni movimientos de cámara marcados o una fotografía que apoye decididamente la trama. El espectro naturalista solo se ve roto por algunos Pan Focus interesantes que ahorran cambio de planos y sintetizan estéticamente escenas y secuencias narrativas.
Una película que lleva un ritmo un tanto frenético, donde acto tras acto y acción tras acción se desarrollan a gran velocidad, de forma clara y lineal, apelando al clásico cine policial, cayendo en una comedia con impronta judeo argenta, que absorbe los guiños de la comedia clásica nacional y continúa el camino del cine clásico policial.
JULIÁN NASSIF