Desde una subjetiva que hace recordar directamente a Hardcore Henry de Ilya Naishuller, Byung-gil Jung comienza el film con una seguidilla de enfrentamientos y muertes cuerpo a cuerpo con cuchillos, hachas y demás objetos contundentes, todo visto desde los ojos de la protagonista, que ejecuta un vertiginoso raid de violencia donde toma la vida de gran cantidad de villanos mientras recorre cada uno de los recovecos de un edificio.
Hasta ahí, adrenalina y una pintoresca forma de retratar una secuencia que encuentra pocas referencias en el mundo cinematográfico. De ahí en más, el film comienza a decaer. Redundando lugares comunes y estereotipados que recuerdan demasiado a demasiadas películas, valga la redundancia, la obra pierde soporte y se zambulle en una historia de venganza aburrida, que por fuera de los momentos de extrema violencia, que están bien retratados y tienen los toques del cine coreano que tanto nos gusta, se engolosina con una historia de amor ridícula, actuaciones deformes y elementos que se acercan demasiado al cine clase B, pero sin siquiera serle fieles. En películas de aquel estilo, uno sabe que va a observar algunas cosas bizarras y ridículas pero que son parte del género. “Esta bien” que así sean. En el caso de esta película, nos queda la sensación de que es demasiado pretenciosa en varios aspectos.
Al acercarse tanto al cine occidental, pareciera “no darle el piné” para desarrollar el film de la forma en que anhela hacerlo, lo que genera que todo se tiña de ridiculez. Hay un gran ingenio para una puesta de cámara que busca novedades y que desarrolla pasajes interesantes, pero también sucede que la calidad del soporte queda un poco por debajo de la vara para el cine actual y sus recursos, así como para lo que uno espera en una película de acción de este estilo.
El cine coreano ya ha brindado incontables obras maestras en lo que se refiere al género de acción y de tantos otros, por eso cuando uno se sienta a disfrutar algo así espera cierta superación. En este caso, la estética se parece demasiado a la de las cámaras Go Pro (en varias oportunidades) y las ópticas gran angulares constantes sin intercalarse con otros tiros de cámara producen extrañeza.
Querer copiar a tantas películas en vez de buscar la originalidad que tanto abunda en aquel cine pareciera jugarle en contra a una obra que de a varios momentos aburre y se dilata.
JULIÁN NASSIF