AK-NYEO (La Villana)

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Desde una subjetiva que hace recordar directamente a Hardcore Henry de Ilya Naishuller, Byung-gil Jung comienza el film con una seguidilla de enfrentamientos y muertes cuerpo a cuerpo con cuchillos, hachas y demás objetos contundentes, todo visto desde los ojos de la protagonista, que ejecuta un vertiginoso raid de violencia donde toma la vida de gran cantidad de villanos mientras recorre cada uno de los recovecos de un edificio.

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Hasta ahí, adrenalina y una pintoresca forma de retratar una secuencia que encuentra pocas referencias en el mundo cinematográfico. De ahí en más, el film comienza a decaer. Redundando lugares comunes y estereotipados que recuerdan demasiado a demasiadas películas, valga la redundancia, la obra pierde soporte y se zambulle en una historia de venganza aburrida, que por fuera de los momentos de extrema violencia, que están bien retratados y tienen los toques del cine coreano que tanto nos gusta, se engolosina con una historia de amor ridícula, actuaciones deformes y elementos que se acercan demasiado al cine clase B, pero sin siquiera serle fieles. En películas de aquel estilo, uno sabe que va a observar algunas cosas bizarras y ridículas pero que son parte del género. “Esta bien” que así sean. En el caso de esta película, nos queda la sensación de que es demasiado pretenciosa en varios aspectos.

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Al acercarse tanto al cine occidental, pareciera “no darle el piné” para desarrollar el film de la forma en que anhela hacerlo, lo que genera que todo se tiña de ridiculez. Hay un gran ingenio para una puesta de cámara que busca novedades y que desarrolla pasajes interesantes, pero también sucede que la calidad del soporte queda un poco por debajo de la vara para el cine actual y sus recursos, así como para lo que uno espera en una película de acción de este estilo.

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El cine coreano ya ha brindado incontables obras maestras en lo que se refiere al género de acción y de tantos otros, por eso cuando uno se sienta a disfrutar algo así espera cierta superación. En este caso, la estética se parece demasiado a la de las cámaras Go Pro (en varias oportunidades) y las ópticas gran angulares constantes sin intercalarse con otros tiros de cámara producen extrañeza.

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Querer copiar a tantas películas en vez de buscar la originalidad que tanto abunda en aquel cine pareciera jugarle en contra a una obra que de a varios momentos aburre y se dilata.

JULIÁN NASSIF

 

DESAPARECIDO

Apenas inicia el film recordé a una simpática película que veía de chico en donde Charlie Sheen era perseguido, junto a una bella mujer de cabellos dorados (Kristy Swanson), por la policía a través de una seguidilla de autopistas estadounidenses (The Chase).

Habiendo aparecido aquel recuerdo, volver a ver algo similar 23 años después parecía ser algo ameno, aún cuando el trailer de Kidnap estaba circulando por los cines hace meses, y no en el tono de un tanque multinacional, sino, más bien, el de una película que necesitaba muchísimo de publicidad para que alguien la viera.

Minutos más tarde, cuando comienza a pasar lo que ya sabíamos que iba a suceder (a la protagonista le secuestran al hijo y comienza una intensa persecución que durará casi toda la película), mi mueca socarrona comienza a decrecer, transformándose en seriedad, para luego inmiscuirse el labio inferior entre mis dientes superiores al observar tal seguidilla de situaciones ridículas y estúpidas.

Ni Halle Berry logra salvar tamaño absurdo en un film que agota el recurso a la media hora de película y que se retuerce entre actuaciones paupérrimas (en donde uno no entiende si algunos personajes no hablan porque están contratados solo para hacer un bolo) y la repetición berreta de cantidad de lugares comunes que otras obras han sabido utilizar.

Todo en esta seguidilla de imágenes amorfas es una vergüenza, un insulto al espectador y a su bolsillo. No se entiende que quiso hacer Luis Prieto, quien lo único que logra realizar con cierta altura es una correcta puesta de cámara en el primer tramo de película, logrando generar dinamismo en un espacio difícil, como lo es una autopista.

Habiendo tanta película que no tiene lugar donde proyectarse, parece un abuso que semejante hez logre exhibirse en todas las cadenas comerciales. Para lo único que podría llegar a servir es para demostrar, una vez más, el sistema de carreteras de Estados Unidos y sus hermosos paisajes.

JULIÁN NASSIF

 

AMERICAN MADE – “Barry Seal, solo en américa”

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Ya hasta nosotros, simples mortales comunes y ordinarios, sabemos que cualquier relato sobre un gran narco, particularmente si es sudamericano, va a garpar, y mucho. Tanto, que todas los monstruos del streaming audiovisual no paran de sacar serie tras serie basada en esta temática y no aparece en el horizonte ninguna intención de discontinuar aquello.

A simple vista podría ser una película que uno descarte automáticamente o que decida, de la misma forma, asistir para una buena dosis de pochoclo. Debo asentar mi agradecimiento a que esto no es del todo así. La película sí relata el ascenso y caída de un personaje que se vincula con algunos de los narcos mas importantes del mundo en la década del 80. Pero hay algunas cosas bastante interesantes en ello.

American Made (2017)

Primero, que al estar basado sobre una persona que realmente existió y en hechos que realmente formaron parte de la historia, le agrega un ingrediente extra (si lo sabrá Hollywood que últimamente no hay película, prácticamente, que no este realizada de esa forma). Segundo, la historia verídica es tan inverosímil que hace que todo lo que suceda lo recibamos con la mandíbula por el suelo.

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Por más que su director, Doug Liman, haya reconocido haber agregado muchos retoques de ficción, cada minuto de la vida de Barry nos resulta fascinante y emocionante. De la monotonía rutinaria de un piloto comercial, Seal salta hacia el peligro y la desfachatez al vincularse con la CIA, los narcos colombianos más conocidos y la Casa Blanca, todo al a misma a la vez. En esta triangulación que resultaría inverosímil hasta para James Bond, Tom Cruise rescata el tipo de personajes que durante un tiempo había olvidado y que tan bien había aprendido a construir en Jerry Maguire, para interpretar a un padre de familia que, en su afán de adrenalina y emoción, se arroja al vacío sin pensar. Lo más interesante, es que la interpretación no es como en aquellos acostumbrados personajes de acción, sino que esta humanizado y, a la vez, simplificado. Su accionar es “infantil” e inescrupuloso, lo que funciona a la perfección para la identificación necesaria con el protagonista y para que todo aquello con lo que él se mezcle, por más oscuro que sea, resulte un juego.

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Aquello, intercalado con un montaje que de a pasajes recuerda al mejor Oliver Stone, una puesta de cámara en mano atípica, sumado a la espectacularidad de las tomas aéreas, que en su mayoría fueron realizadas en Live Action, sin la utilización de tanto efecto especial, y la participación del propio Cruise como piloto de aquellos vuelos, redondean un paquete que despide a Maverick y recibe con brazos abiertos a esta nueva y cálida versión 2017.

No hay reflexiones, ni moralejas o políticas correctas. Esto es un padre de familia yendo a cien mil por hora en búsqueda de emociones fuertes y dinero, destapando, en su recorrido, la putrefacción institucional y la destrucción total de ciertos valores morales, en búsqueda del interminable ascenso del ego y del eros legislativo.

JULIÁN NASSIF

 

TE ESPERARÉ

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Repleta de lugares comunes y personajes estereotipados, Alberto Lecchi erra tanto en su relato que hasta el vestuario de Darío Grandinetti está pifiado en talle. Una historia que pretende revelar los sentimientos y sensaciones duales de ciertas personas “hijos de” o “familiares de” alguna figura socio política combativa, descendidos de figuras revolucionarias y/o en búsqueda de la transformación social.

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La negación y la admiración de esta familia por su pasado los lleva atravesar enfrentamientos y peligros que son absolutamente factibles en la vida real, pero quedan retratados de tono tan infantil y absurdo que el espectador varía entre la risa y la indignación.

La llegada de un escritor español a la Argentina para presentar otro tomo de su libro sobre un luchador social que atravesó varios procesos revolucionarios socialistas en diferentes partes del mundo, sirve como excusa para comenzar a saber sobre aquel personaje y así encontrar los debates y reacciones familiares que intentan plantear las “diferentes miradas” sobre aquellos procesos, rebotando de frase hecha al planteo berreta del inconsciente colectivo de la sociedad argentina actual.

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Rozando temas tan candentes y dolorosos, el intento de Lecchi por abarcar las relaciones padre/hijo y su consecuente admiración/rechazo recae en una seguidilla de momentos estúpidos, irrespetuosos e inverosímiles que parecieran mezclar un thriller de muy poca monta con alguna especie de cronología socio política decadente, digna de la “consciencia social” de Netflix.

Julián Nassif